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Es el final de este extraño verano del norte / invierno del sur COVID-19. Es hora de que este blog de APC reanude su exploración semanal "Dentro de la sociedad digital".
Los últimos dos meses, como los anteriores, han estado dominados por la crisis del COVID-19. ¿Qué está provocando esta crisis en nuestras economías, sociedades y culturas? ¿Avanza su digitalización o está suscitando tantas dudas como expectativas? Ese es un tema que estará presente en este blog durante el resto de 2020, a medida que la crisis va evolucionando.
Pero también estamos en el período previo al Foro de Gobernanza de Internet (FGI) que este año, gracias al COVID-19, será virtual. El futuro de la gobernanza de internet es otro tema que cubriré esta temporada. ¿Cuál es el propósito del FGI? ¿Necesita cambiar? Más importante aún, ¿debe nuestro concepto de la gobernanza de internet cambiar en el contexto de una sociedad digital post COVID-19?
Internet y el medio ambiente
Primero, sin embargo, abordaré uno de los temas del Foro para este año. Por primera vez, el FGI ha elegido el medio ambiente como tema principal. Dado que durante mucho tiempo abogué por ese enfoque, y para que quienes conocen bien internet escuchen a expertos/as ambientales en lugar de asumir que la tecnología resolverá sin más sus problemas, pensé que sería útil volver sobre este punto en el blog.
Ya nos centramos en el medio ambiente en el FGI del Reino Unido la semana pasada. Esta semana continuamos estableciendo el escenario en tres partes, relacionadas con el contexto, la escala de los problemas y las formas de evaluar los impactos. La próxima nos adentraremos en qué se podría hacer.
El contexto
Al pensar en internet y el medio ambiente deberíamos comenzar por los temas ambientales, no (como hacen muchos entusiastas digitales) con lo que creemos que podrían ser sus soluciones digitales. En el fondo hay tres crisis en evolución.
Hay cambio climático. Sin reducciones rápidas en la demanda de energía, experimentaremos un aumento en las temperaturas globales que impactará masivamente en los ecosistemas y en la actividad humana.
Hay contaminación: la generación y eliminación inadecuada de volúmenes crecientes de materiales redundantes de todo tipo.
Y hay pérdida de biodiversidad y agotamiento de recursos: agotando las reservas de recursos planetarios: animales, vegetales y minerales.
Las Naciones Unidas abordan estos temas dentro del concepto de desarrollo sostenible, pero ese concepto no trata, como muchos piensan, solo sobre el medio ambiente. El concepto aborda el desarrollo integral en un mundo de desigualdad y pobreza extendida. Y apunta a tres áreas generales: no solo la sostenibilidad ambiental, sino también una prosperidad creciente y un mejor bienestar social.
Lograr un cambio positivo en los tres aspectos es un gran desafío. Entonces, ¿dónde encaja la tecnología digital, al menos en la parte ambiental?
Oportunidades y riesgos (como siempre)
Los beneficios potenciales para el medio ambiente provenientes de la digitalización son significativos, pero inciertos. También lo son los riesgos, aunque algunos de ellos son más fáciles de cuantificar. Sucederán muchas cosas que no podemos anticipar fácilmente.
Los entusiastas digitales enfatizan las formas en que las nuevas tecnologías pueden mejorar la sostenibilidad, por ejemplo, mejorando la eficiencia energética o habilitando sistemas inteligentes o ciudades inteligentes. Los pesimistas enfatizan los costos ambientales de la digitalización, como lo son el aumento del consumo de energía y los desechos electrónicos.
Aliados ciegos para enfrentar la luz al final de los túneles
Hay dos aliados ciegos que debemos evitar aquí.
Uno es la tentación de volverse binario: enfatizar lo positivo o acentuar lo negativo, sin pensar en los modos en que se entrecruzan.
El otro es compensar aspectos positivos y negativos entre sí. Pero esa no es una gobernanza responsable desde un punto de vista ambiental. Los costos y beneficios no surgen de los mismos factores y no deberíamos compensarlos. Ambos deben abordarse, por lo que el objetivo del ambientalismo digital debería ser:
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maximizar los beneficios potenciales
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minimizar, o mitigar, los costos potenciales.
Y eso nos requiere:
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considerar los impactos específicos de la digitalización en áreas específicas (como los centros de datos o las criptomonedas)
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mantener una visión integral del impacto que tendrá la sociedad digital en general, a medida que cambien las sociedades, las economías y las culturas.
Si vamos a ver la luz al final de nuestros túneles ambientales, no podemos permitirnos dejar los resultados al azar o al mercado, o simplemente esperar a ver qué sucede primero y tratar de arreglarlo más tarde como ocurre con el impacto de revoluciones industriales anteriores (cambio climático, contaminación plástica, etc.).
Maximizar los aspectos positivos y minimizar los negativos requiere acción y diálogo proactivos, políticas e intervención, estándares y marcos regulatorios. Esto también es cierto, sin duda, en otras áreas controvertidas de impacto digital como el empleo, la igualdad o los derechos humanos.
¿Qué tal algunos números?
Primera energía y carbono. Por el momento, las tecnologías digitales suponen alrededor del 4% de las emisiones globales de carbono. La cifra se ha duplicado en la última década y se prevé que vuelva a hacerlo durante los próximos cinco años.
Representan alrededor del 10% del consumo mundial de electricidad, una cifra que también está creciendo, en torno a un 9% cada año. Los flujos de tráfico de datos se triplicarán en unos cinco años.
El resultado de todo esto es que lo digital es lo que contribuye de modo más rápido al crecimiento en el consumo de energía y, por lo tanto, a las emisiones de carbono, de todos los sectores de la economía mundial. Insistimos en la importancia del crecimiento, que debe mitigarse si queremos cumplir los objetivos internacionales de carbono.
Este crecimiento está impulsado por la creciente importancia del sector digital año tras año:
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por las rápidas mejoras en la capacidad de las tecnologías digitales
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porque más personas utilizan más dispositivos, de formas más variadas, durante más horas cada día
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y por procesos cada vez más extensivos en los gobiernos y las empresas que dependen de la recopilación de datos, el tráfico de datos y el análisis de datos.
La digitalización permite muchos beneficios, entre los que se incluyen posibles mejoras en la eficiencia energética en otros sectores. Estos deben ser bienvenidos y maximizados. Bien. Pero hacerlo también genera costos ambientales. Es tan importante minimizar y mitigar esos costos como maximizar los beneficios. No tiene sentido desperdiciar ganancias en eficiencia energética mediante el desperdicio de energía en la tecnología digital.
Las corporaciones de datos están haciendo mucho para reducir las emisiones de carbono mediante el uso de fuentes renovables para su energía. Eso también es bueno. Pero su uso de energía es solo parte de un equilibrio complejo entre energía y digitalización, y está creciendo rápidamente. Hablaremos más sobre este punto la próxima semana.
¿Qué ocurre con los residuos electrónicos?
El sector digital también es uno de los sectores que más contribuye a aumentar la contaminación. El volumen de desechos electrónicos globales ha pasado de alrededor de 34 millones de toneladas al año a unos 54 millones en la última década, y se espera que estos índices se aceleren. Parte de estos desechos son tóxicos y gran parte se vierte en países en desarrollo. Se recicla muy poco: menos del 20%.
Esto también se debe a que más empresas, organizaciones e individuos utilizan más equipos que antes, y hay un problema adicional. Las rápidas mejoras en la capacidad digital conducen a una rápida rotación de dispositivos: desechamos los equipos viejos porque no pueden ejecutar las cosas nuevas que permite la nueva tecnología.
Un desafío creciente
Ambos desafíos, energía y residuos, probablemente continuarán aumentando rápidamente durante la próxima década, debido al papel cada vez mayor de lo digital.
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El número de dispositivos de Internet de las Cosas crece cerca del 30% cada año.
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Las redes 5G, el análisis de big data, la computación en la nube, la inteligencia artificial, el aprendizaje automático, los vehículos autónomos y otras innovaciones aumentarán en gran medida la recopilación, el análisis y la transmisión de datos durante los próximos veinte años.
El desafío aquí, reitero, es maximizar lo positivo y minimizar o mitigar lo negativo: no lo uno o lo otro. Y la mitigación es tan importante tanto si las nuevas aplicaciones ayudan a ahorrar energía en otros lugares como si no lo hacen. Estamos demasiado lejos en el camino hacia el cambio climático y la contaminación irreversible para compensar. Necesitamos que esas emes (minimizar y maximizar) funcionen.
Evaluando los impactos
Quienes trabajan en investigación en este ámbito tienden a ver los impactos de la digitalización en cuatro categorías. Las ilustraré con referencia a la energía.
Primero, hay impactos directos: el uso de energía, por ejemplo, en la fabricación de equipos, en el funcionamiento de centros de datos, en la alimentación de computadoras, en la transmisión del tráfico de datos, en la ejecución de algoritmos. El uso de energía aquí seguramente aumentará y el problema principal es la mitigación. Las energías renovables sólo pueden suponer una parte de la diferencia.
En segundo lugar, los impactos indirectos: los resultados de cómo usamos estas nuevas tecnologías. Reducen el consumo de energía en algunos contextos, como calentar edificios de manera más eficiente, administrar los flujos de tráfico, etc., pero lo aumentan en otros, incluyendo nuevos servicios como transmisión de vídeo y realidad virtual, y nuevos equipos como asistentes digitales y la masa de dispositivos de Internet de las Cosas. La preocupación aquí es maximizar el ahorro de energía que se puede lograr mediante el uso de las TIC y minimizar la demanda de energía al utilizarlas.
En tercer lugar, hay impactos sociales: los cambios a largo plazo en nuestras sociedades y economías que resultarán de la transición a una sociedad digital. Cómo trabajamos, compramos y jugamos; dónde vivimos; cuánto viajamos; cómo educamos a nuestros/as jóvenes y curamos a nuestros/as enfermos/as. Estos son difíciles de predecir y requieren un análisis prospectivo.
Hay un cuarto tipo de impacto que a menudo se pasa por alto: los efectos de rebote. Una mayor eficiencia energética no necesariamente reduce el consumo. ¿Por qué? Porque una mayor eficiencia reduce el costo de la energía para los usuarios y eso, a su vez, aumenta la demanda. Además, cambios como el trabajo desde el domicilio no reducen necesariamente las emisiones de carbono porque los hogares son menos eficientes energéticamente que las oficinas y los trabajadores desde su domicilio suelen utilizar sus coches mucho más para el ocio.
Son complejidades como estas las que implican que necesitamos una perspectiva integral sobre la tecnología digital en el medio ambiente, así como acciones específicas sobre tecnologías y servicios particulares.
En conclusión
Entonces, ¿qué debería considerar el FGI de este año cuando piensa en ecologizar internet? Sugeriré tres cosas – cómo podemos:
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maximizar el valor potencial de la digitalización en beneficio del medio ambiente
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minimizar y mitigar los costos ambientales asociados con ella
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y monitorear los impactos que está teniendo para que podamos hacer esas cosas de manera efectiva.
Para lograrlo, creo que necesitamos un diálogo mucho más serio entre internet y el mundo ambiental. Hay muy poca interacción en este momento. Demasiadas discusiones pasadas sobre esta interacción en el FGI fueron lideradas por expertos de internet que exaltan las esperanzas de que la nueva tecnología pueda resolverlo todo por sí misma. Pero también se presta muy poca atención a los desarrollos digitales, tanto positivos como negativos, en los foros ambientales internacionales.
Diré más sobre esto, y sobre políticas y enfoques regulatorios para ecologizar la sociedad digital, la próxima semana.
Imagen: E-waste, de https://www.maxpixels.net/